miércoles, 26 de abril de 2017

Haciendo camino al andar...



Mi trayectoria académica como alumna de la FFyL de la UNCuyo duró 16 años (1999-2015), lo suficiente como para analizar la evolución de las TIC en mi formación como docente. ¿No les parece?
Hete aquí mi análisis.

Hace 15 años, en el segundo año de mi carrera, si me hubieran pedido que definiera los siguientes términos, el resultado habría sido el siguiente:
*redun tejido de hilos plásticos que divide al medio una cancha de voley. Y bueno, esa era para mí la más conocida. ¡Ni las medias de red existían!
*Navegar: subirse a un barco y zarpar.  Y listo... Paremos de contar.
*Navegar en red: una metáfora oscura. Imposible que mi mente estableciera una analogía.
*Correo electrónico: no sabe, no contesta.
*Redes sociales: clubes donde la gente, socios o miembros de la misma comunidad, se reunían con distintos fines.
*Web: apócope de güevada. Me guardo otras cosas que me vienen a la cabeza.
*Aplicación: lo que se necesita para estudiar y terminar la carrera en tiempo y forma (algo que a mí,  evidentemente, no me caracterizó).
*Digitales: las huellas, esas que dicen que somos únicos e irrepetibles, como el ADN, también llamadas dactilares.
*Video: eso que pasaban por la tele en algún que otro programa de música.
*Celular: perteneciente o relativo a la célula.
*Virus: gripe, meningitis o sida (en aquellos años estaba en boga). También podía ser para mí, que ya contaba con unos añitos, un grupo musical de los '80, autor de Hay que salir del agujero interior, por ejemplo.
*Viral: enfermedad contagiosa.

Y así...

Ahora, esto no era privativo de mi condición: una persona que viajaba a estudiar desde Lavalle, desde una zona que limitaba con el más pleno desierto lavallino. No. Esto era un estado compartido por casi todos mis compañeros. Estos términos no existían en nuestro vocabulario porque no conocíamos las realidades a las que hoy designan. Sencillamente, no existían ni la forma ni el contenido. Escasa y tímidamente, algunos hablábamos de PC, disquetes, word y excel. Podíamos imprimir en impresoras de matriz de punto. Yo tenía una Epson, recuerdo.

Esto era todo el conocimiento tecnológico con el podía/mos contar allá por el 2001.

En la facultad esto se notaba. Así, pedir libros prestados en la biblioteca, una tarea tan sencilla hoy, para nosotros implicaba un proceso que comenzaba con la búsqueda en los ficheros de la sala de lectura. Se rastreaba la ubicación de la obra en abultados cajoncitos en los que las citas bibliográficas estaban ordenadas alfabéticamente, por autor, y en el margen tenían un número y una letra mayúscula escritos con lápiz, que indicaban la ubicación en el anaquel.
Trabajo era buscarlos y trabajo también era registrarlos.
¿A quién no le habrá ocurrido pasar un tiempo bastante largo tratando de encontrar la ubicación del libro, pero al llegar a la biblioteca, escuchó: "está prestado", "se ha perdido", "no sale a domicilio" o "está mal la ubicación"? Tiempo perdido.


Con el correr del tiempo y los avances tecnológicos , llegó el día en que descubrí el concepto de "fácil acceso a la información". Fue cuando apareció una computadora en la sala de lectura de la facultad y al lado de ella había una persona que guiaba a los alumnos en la búsqueda digital de las ubicaciones de los libros.
Ese fue el momento, en que comenzamos a notar que algo estaba cambiando. Los materiales eran accesibles, fáciles de encontrar, y además, los hallábamos en nuestra biblioteca, en las de otras facultades y a la Central. Por lo tanto, no implicó sólo rapidez en la búsqueda, sino también una ampliación de los recursos.

Por otro lado, simultáneamente, hasta ese momento, había pocas formas de compartir información entre compañeros: una era la fotocopia y la otra, en el mejor de los casos, el disquet. Los apuntes se fotocopiaban, los libros se fotocopiaban, las filminas que presentaban los profesores en las clases se fotocopiaban. Todo. Y nada era más tedioso que hacer fila en la fotocopiadora.  Hasta que nos enteramos de que existía internet.
Está bien, convengamos que la teníamos, pero dosificada: en la sala de informática de la facultad podíamos usar internet con la condición de haber pagado el carnet de biblioteca; en la biblioteca central, pagábamos un peso por hora, cual ciber.

A todo esto, los profesores seguían -sin moverse ni un ápice- inmersos en sus clases magistrales, con la tiza y el pizarrón, las fotocopias y las filminas (que eran lo más avanzado hasta el momento). Tradición era tradición, costumbre era costumbre. ¿Videos? ¿Power points? ¿Actualización a través de la red de redes? No eran recursos posibles de utilizar por dos razones, una material y otra personal: la primera era la escasez de herramientas y, además, internet comenzaba a ser conocida, y la segunda, el miedo.

Cuando los alumnos empezábamos a hablar de artículos o autores que habíamos descubierto en nuestras incipientes navegaciones en la red, los profesores se ponían en guardia y tendían a cercenar el desarrollo con el argumento "internet no es confiable".
No obstante, como todo cambio de este tipo, no hubo forma de detenerlo y a mí, personalmente, me cautivó.
Entonces, llegaron tiempos en que el olorcito del papel me gustó tanto como los formatos ePUB y pdf; tiempos en que escribir manuscrito o digital me empezó a dar lo mismo; tiempos de valorar otras formas de aprender y de adquirir conocimientos, tiempos de perderle el miedo al cambio y de aprovechar todo lo que él nos provee, tiempos de correr riesgos y de emprender desafíos.

En este proceso, la facultad tuvo algo que ver también, pues estos planteos fueron acompañados por profesoras entusiastas, inquietas y curiosas, de las cuales también había algunas y que al llegar al final de mi carrera encontré en Didáctica de la Lengua y la Literatura. Con ellas empecé a hablar de las TIC en el aula y con ellas aprendí que hoy los docentes no tenemos límites en materia de herramientas, que nuestro único límite es la credibilidad.
Así hoy, escribo esta entrada desde una tablet; en mi trabajo,
antes que una clase magitral(mente aburrida), prefiero que haya otros recursos que la hagan más entretenida y dinámica; corrijo desde mi celular y leo de todas formas y en todos los formatos...
No sé cuán bien lo hago, pero me animé. Eso ya es bastante.





Por eso, no me arrepiento de haber extendido mi carrera tres veces más de lo que correspondía, pues empecé creyendo que sólo se podía adquirir conocimiento en los libros y ahora lo busco y lo persigo por diferentes caminos y medios. Mis compañeros inseparables son un libro y una máquina, ambos van conmigo a todos lados.

Finalmente, el año pasado (2016) descubrí EaD (educación a distancia). Desde entonces, ya no soy la misma...

Ahora, pregúntenme por los conceptos del principio...

En la actividad 2 había que escribir un texto argumentativo y uno expositivo


Uno solo es lo que es...

Siempre que hablo con mis alumnos sobre escritura -algo que hago a menudo, pues de eso se trata mi trabajo- les digo que es un proceso complejo, que requiere práctica y estrategias. Ahora, lo que nunca les he dicho es cuán difícil resulta escribir sobre uno mismo. Para mí es una tarea de las más arduas. Pero aquí voy...
Para empezar, les diré quién soy. Mi documento nacional de identidad dice que soy Gabriela Andrea Heredia -y a decir verdad, coincide bastante conmigo, pues ya no imagino que alguien me llame con otro nombre-. Otro dato que contiene mi DNI es que nací el 24 de agosto de 1973 en La Paz, el departamento más esteño de Mendoza, Argentina.
Hasta aquí todo es fácil. Los datos son objetivos: están plasmados en un acta de nacimiento.

Ahora bien, lo más interesante es decir qué soy. Como dice Joan Manuel Serrat, "uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto". Este punto es el que requiere -o por lo menos para mí lo requiere- de una mirada interior, una observación profunda, para definirme. Y siempre que emprendo este proceso llego a la misma conclusión: yo soy docente. Y sí, desde muy chiquita quise serlo hasta que llegado el momento, imponiéndome a los mandatos familiares, elegí mi profesión: desde hace 2 años soy profesora de Lengua y Literatura. Me recibí en Facultad de Filosofía y Letras, de la UNCuyo, y ejerzo en el ITU sede Este (Rivadavia y San Martín), donde dicto la cátedra Comprensión y producción de textos. La realidad es que no me imagino haciendo otra cosa, aunque por propiedad transitiva también soy correctora de un diario.

Sin embargo, a pesar de estar segura de que soy esto y no otra cosa, siempre me pregunté "¿por qué ser profesora y no médica o abogada?".

"Por vocación" podría ser una respuesta simple que conformaría a todos, pero me resulta tan abstracta esa explicación que me sabe a poco. Y así, entrando a mí y saliendo, leyendo y disfrutando, el arte me regaló la respuesta. Los invito a escuchar de Silvio Rodríguez "El escaramujo".


Esta canción, rebosante de poesía, me representa, me describe antes y ahora: siempre fui preguntera y no siempre encontré respuestas. Sin embargo, descubrí el poder transformador de la educación, ya que solo la docencia tiene el poder de incentivar la curiosidad, tiene la responsabilidad de que los nuevos pregunteros no se pierdan ni se desalienten, es la encargada de que cada día haya más y más de ellos por el mundo y es la única capaz de guiar la búsqueda de las respuestas en un universo plagado de información.

Es por esto que soy docente: soy profesora de Lengua y Literatura porque ambas son herramientas plenas para acceder al conocimiento de la realidad que nos rodea y que imaginamos, para responder y respondernos cada incógnita que se nos presenta, para trascender a nosotros mismos y vincularnos con los demás, y desde ahí seguir aprendiendo... Pero sobre todo, son medios para acceder a nosotros mismos: no hay mejor forma de autoconocernos, lo que equivale a decir "yo soy". Y nada mejor para un ser humano que poder declarar su ser, su existencia. Nada hay tan necesario como reconocerse y plantar bandera en sí para ejercer su soberanía de persona, esa que nos es innata...

Sobre el título del blog, puedo decir en su favor que hace referencia a cómo veo hoy la práctica áulica. El diccionario dice que un prestidigitador es "una persona que hace juegos de manos y otros trucos". Creo que hoy los docentes nos parecemos bastante a uno de estos magos, solo que nuestros trucos deben estar orientados hacia la incorporación de las TIC y a dejar de pelearnos con ellas, para disfrutarlas. De lo contrario, la magia de la clase se esfumará.