miércoles, 12 de julio de 2017

De comPLEjo a lo simPLE

"Conócete a ti mismo y conocerás tu universo"... o tu PLE

Nadie sabe a ciencia cierta de quién es la frase que aparece entre comillas al comienzo de esta entrada. Unos se la atribuyen a Heráclito; otros, a Sócrates; otros, a Pitágoras... Lo que yo sí sé es que me viene como anillo al dedo para reflejar lo que ha significado para mí la reflexión sobre mi PLE.
Conocer mi PLE ha sido como verme en un espejo. Ha sido, no solo descubrir la cantidad de herramientas que utilizo cotidianamente, sino también hacer conscientes una gran cantidad de actividades, tanto laborales como de ocio, que constituyen mi entorno de aprendizaje y al mismo tiempo, me constituyen.
En fin, ¡mi entorno personal de aprendizaje es una imagen de mí!: es disperso, pues no está en uno, sino en todos mis dispositivos (notebook, celular y tablet). Esto se debe a que he diversificado mis actividades y entonces, hago muchas cosas en cualquier aparato y todo lo hago desde cualquier lado. En consecuencia, tengo Symbaloo en los tres dispositivos. 
Además, no es nada simple y está en constante cambio. 

Hablemos de evolución 


La realidad es que hasta el año pasado, para mí el significado de ple era un juego de pelota. ¡No me lo inventé! ¡Existe! 
¿Entorno personal de aprendizaje? No sabía que existía. Claro que utilizaba herramientas TIC para aprender, enseñar y compartir información. Claro es también que eso se reducía a videos, algunos test para que resolvieran mis alumnos, búsquedas, powerpoints, imágenes,  uso de diccionarios online y alguna que otra herramienta que encontraba ocasionalmente y me parecía interesante. Ahora, no sabía que todas esas actividades y herramientas formaban un conjunto bautizado PLE.  

Si tuviera que calificar esta etapa de mi entorno personal de aprendizaje, ahora, visto a la distancia, diría que era un PLE complejo. Primaban el desorden y la dispersión. Para mí era más fácil buscar en Google algo que me había interesado, antes que almacenarlo. ¿Una imagen? Cada vez que quería usarla, la buscaba. ¿Un artículo? Lo mismo. ¿Un video? Más o menos igual... Y así per saecula saeculorum. 
Yo usaba algunas herramientas, pero no estaban sistematizadas. ¿El tiempo? El recurso menos valorado en mi trabajo, evidentemente. Preparar una clase o querer compartir algo era como ir a pagar los impuestos y después de hacer la fila, cuando ya me toca el turno, darme cuenta de que me olvidé de las facturas: hay que volver al comienzo, con todo lo que eso implica. Y en medio de la preparación de una clase era fatal... 
He aquí mi PLE de esa etapa. 



Hasta el año pasado. El año pasado (2016) entró en mi vida de docente el concepto de educación a distancia. El curso EaD y Diseño de materiales marcó un antes y un después en mi relación con las herramientas TIC y descubrí el verdadero significado y la importancia de reflexionar sobre en qué consiste mi práctica cotidiana respecto de las TIC y mi profesión o mis actividades: qué hago, cómo lo hago, qué ocurre con lo que hago, dónde lo guardo, con quién lo comparto, dónde busco más información... Pero sobre todo, cómo hago para no buscar cada material cada vez que quiero usarlo... 

Lo primero que descubrí en ese curso fue 

Este fue el primer paso para almacenar lo que me interesaba. 

Después llegaron 


Pero lo mejor fue cuando conocí Symbaloo. ¡Es como tener el placard ordenado por colores! 
Symbaloo ordena mis herramientas, por lo tanto, mi PLE pasó del caos absoluto a un desorden creativo y útil. Y aquí está mi panel de favoritos.


¡Ojo! Sigue pareciéndose a mí ¿eh? Sólo que él ahora es un poco menos disperso.

Ya veremos cómo evoluciona.









domingo, 28 de mayo de 2017

Del miedo a la fantasía



El proceso de iniciación debería ser un goce por lo nuevo, en vez de un temor a lo desconocido 
(Ruth Harf, docente argentina)

En la actividad 4 del curso sobre TIC para docentes, se nos pide una reflexión sobre las metodologías y los enfoques pedagógicos que incorporan las TIC como herramientas, y que expliquemos cuáles son las que más nos llamaron la atención. Pues allá voy. 

Como verán, esta entrada está encabezada por una frase de una maestra argentina y la elegí porque coincide con mi primera reflexión sobre mi relación con las TIC en el aula: creo que nuestro problema original ha sido el miedo, pero no a las máquinas en sí,  sino a todo lo que no conocemos de ellas. Por eso, en este proceso de iniciación en el uso de herramientas nuevas -al que nos han obligado nuestros alumnos- nos exigen superar prejuicios del tipo "nuestros alumnos no razonan por culpa de la tecnología" o "nuestros alumnos no saben lo que pasa a su alrededor por jugar con su celular". 

¡Ojo! Es posible que algo de razón haya en todas estas objeciones para que las TIC ingresen en el aula, pero creo que también depende en gran medida de nosotros, como docentes, ayudarles a descubrir qué es lo que pueden hacer con estas herramientas.


Por eso, para empezar a hablar del módulo 4 me es imprescindible hacerles algunas confesiones, a saber: 

1) los que me conocen saben que soy una persona  tecnologizada -de hecho, esta entrada la escribo en mi celular, mientras viajo desde Santa Rosa, departamento del este mendocino, hacia la ciudad-, es decir, hago casi todo con  tecnología, pero no sin razonar, no mecánicamente. No soy una escindida del mundo por esto. 

2) Soy profesora de Lengua y Literatura, pero no escribo manuscrita. Es decir, no escribo con lapicera o lápiz en papel.  Y ya sé: varios deben estar anudando la soga para ajusticiarme en la plaza, pero ¿saben algo? con el colectivo en movimiento, es imposible escribir de manera legible y además, mi personalidad virginiana no admite desprolijidades, y borrar/tachar y volver a escribir me parecen una pérdida de tiempo en la era de Word. 

3) Mis alumnos no usan diccionarios de papel. ¿Ustedes vieron esos mamotretos de la Real Academia Española? Son dos. Cada vez tienen más palabras, por ende, más hojas y se ¡actualizan cada 10 años! ¿Se imaginan a nuestros alumnos haciendo todo el procedimiento que no enseñaron nuestros maestros, mientras tienen al alcance de un clic www.rae.es, con sus significados "fresquitos"? ¿Por qué yo habría de someterlos a esa tediosa tarea, si viajo con mi diccionario a todas partes gracias a la app que descargué en mi celular y en mi tablet? Está bien: es una manera de que recuerde el abecedario...

4) Soy una profesora que incentiva a sus alumnos a leer en cualquier formato, pues cada uno tiene sus encantos, siempre con la premisa de que lean. Es que descubrí que es tan placentero el olorcito a libro como estar en la cama tirado y leyendo en cualquier posición, sin que se me adormezca la mano que sostiene el libro.  

5) Las anteriores me sirven para decir que ubicuidad y el Mlearning me resultan sumamente atractivos, por razones obvias. Y para esto (otra confesión) tuve de derribar varios mitos (antes que nada en mis prácticas de usuaria y después, en las de docente), entre ellos que la tecnología estupidiza, que el diccionario de papel hace que piensen más, que no hay como leer un libro de papel, que escribir a mano es lo mejor que nos puede pasar en todas las edades y en cualquier actividad... Mitos que tenían más que ver con mis desconocimientos​ e inseguridades que con los supuestos terribles efectos de la tecnología.

No obstante, entiendo que los docentes hoy tenemos otro miedo: si todos aprendemos todo el tiempo, en cualquier lugar y sólo necesitamos un dispositivo con conexión a internet, ¿los profesores hemos pasado al plano de lo prescindible? No creo en eso. Sería como despersonalizar el aprendizaje, en cierta medida, sería como deshacernos de nuestra vocación y dejarla en manos de los aparatos, y eso sí sería abandonar a nuestros alumnos al mecanicismo. Los docentes siempre seremos necesarios. Si no, veamos el siguiente video: 




El conocimiento, la información, los aparatos... nuestros alumnos tienen todo eso a la mano -por lo menos, la mayoría los tiene-, pero ¿cuál de todos ellos puede ayudarlos a descubrir quiénes son y de qué son capaces? ¿Cuál de todos esos elementos les hablará de actitud, creatividad, oportunidades, respeto...? ¿Cuál será el encargado de orientarlos en su búsqueda para hallar su potencial? Todo esto no se puede hacer desde la virtualidad. Esto solo es posible en las aulas. 

Es por esto que, sumadas a la ubicuidad y al mlerning, encuentro que el blearning (o aprendizaje mezclado) y la clase invertida son buenos compañeros. De hecho, hace ya bastante tiempo que trato de desmitificar mi rol frente a mis alumnos, haciéndoles saber que el aula no es un espacio para recibir información, sino para compartirla. Eso ha hecho que los protagonistas seamos todos y que ellos se sientan involucrados en el proceso: su aprendizaje no depende solo de mí, sino de ellos. 


Finalmente, en este módulo del curso me han llamado la atención la gamificación, la realidad virtual y la realidad aumentada. Entonces, imagino un videojuego en el que el desafío sea ortográfico, o introducirlos en el Imperio Romano para que ellos mismos vivan los avatares de su expansión y junto con ello, la evolución del latín hasta convertirse en el español que hoy hablamos y escribimos, o introducirlos en un texto y que en vez de escribirlo, ellos se conviertan a un cursor que va ordenando las ideas y así enseñar las propiedades textuales, o hacer que "vivan" una novela o un cuento, o a través de la realidad aumentada, seguir el itinerario de algún personaje... Es que como dice Elena Santa Cruz, "el juego no es chiste"





Bueno, está bien. Quizá ya perdí tanto el miedo que ahora me animo a fantasear y todo. Tal vez de eso se trate: de fantasear para que los aparatos se vuelvan nuestros aliados y no sigamos desgastándonos en una lucha sin cuartel contra los que generalmente se denominan "distractores". Ya veremos qué pasa...


Hasta la próxima. 






   

domingo, 7 de mayo de 2017

El mejor truco: la competencia

"El espectador es la parte más importante de cualquier truco. 
Tú debes ganar la entrada a su cabeza y a su corazón" 
(Jon Racherbaumer, mago)

He elegido esta frase del mago estadounidense para iniciar este artículo sobre la reflexión acerca de mis competencias en TIC como docente porque es exactamente la imagen que se me vino a la mente cuando elegí el título de este blog.

Docencia actual: el arte del presTICdigitador surgió al comienzo del curso sobre el uso de TIC en las aulas, el 23 de abril de 2017. Había que elegir un nombre y se me ocurrió un juego de palabras. Pero no fue cualquier juego de palabras: quise que el título de mi blog reflejara, sobre todo, mi percepción de las TIC en mi práctica docente y de mí misma al usarlas. Es que no sé si a muchos les pasa, pero a mí desde hace unos años me preocupa más el a través de qué que el qué mismo de mi clase.

Así es que cada tanto se me cruza la idea de que desarrollar una clase que posea la dosis justa de conceptos, entretenimiento y sentido para mis alumnos se parece más a un acto de magia que a una situación pedagógica. No hay galera ni conejo ni varita. En su lugar tenemos netbooks, notebooks, celulares, tablets, las famosas apps... que pueden hacer aparecer, mantener o esfumar, como por arte de magia, la atención, el interés y la participación de nuestros espectadores.

Los invito a que vean el siguiente video. Lo descubrí sin querer y juro que lo hice después de haber escrito y reescrito esta entrada varias veces. La clase no es solo conocer el truco, sino hacer que la magia suceda, crear magia... Y todo es cuestión de competencia.




 Ahora bien, la tarea del módulo 2 de este curso, hizo que, puesta a reflexionar, llegara a la conclusión de que la tan mentada competencia digital docente se ha mantenido en mí en su estado más básico en ciertas áreas, mientras que en otras se ha desarrollado un poco más.

Por lo tanto, siguiendo con la analogía del prestidigitador, yo vendría siendo una hacedora de trucos con más intuición que fundamentos. La realidad es que soy una persona que, a pesar de usar la tecnología, de haber incorporado herramientas tecnológicas en su trabajo cotidiano, desconoce cuestiones que contribuirían a que algunos de mis "actos" no naufraguen en el escenario, no se conviertan en fracasos épicos difíciles de revertir. Estaría a medio camino -si no es a un cuarto del camino- de lo que plantea Chris Emdin en el video.

Para que corroboren mis conclusiones aquí les dejo el mapa mental  que revela mi análisis sobre mi competencia digital docente. En las notas que acompañan a los nodos encontrarán mis comentarios acerca de en qué me siento más débil.

Eso sí: creo que he dado un paso para avanzar. He reconocido que "sólo sé que no sé nada"

miércoles, 26 de abril de 2017

Haciendo camino al andar...



Mi trayectoria académica como alumna de la FFyL de la UNCuyo duró 16 años (1999-2015), lo suficiente como para analizar la evolución de las TIC en mi formación como docente. ¿No les parece?
Hete aquí mi análisis.

Hace 15 años, en el segundo año de mi carrera, si me hubieran pedido que definiera los siguientes términos, el resultado habría sido el siguiente:
*redun tejido de hilos plásticos que divide al medio una cancha de voley. Y bueno, esa era para mí la más conocida. ¡Ni las medias de red existían!
*Navegar: subirse a un barco y zarpar.  Y listo... Paremos de contar.
*Navegar en red: una metáfora oscura. Imposible que mi mente estableciera una analogía.
*Correo electrónico: no sabe, no contesta.
*Redes sociales: clubes donde la gente, socios o miembros de la misma comunidad, se reunían con distintos fines.
*Web: apócope de güevada. Me guardo otras cosas que me vienen a la cabeza.
*Aplicación: lo que se necesita para estudiar y terminar la carrera en tiempo y forma (algo que a mí,  evidentemente, no me caracterizó).
*Digitales: las huellas, esas que dicen que somos únicos e irrepetibles, como el ADN, también llamadas dactilares.
*Video: eso que pasaban por la tele en algún que otro programa de música.
*Celular: perteneciente o relativo a la célula.
*Virus: gripe, meningitis o sida (en aquellos años estaba en boga). También podía ser para mí, que ya contaba con unos añitos, un grupo musical de los '80, autor de Hay que salir del agujero interior, por ejemplo.
*Viral: enfermedad contagiosa.

Y así...

Ahora, esto no era privativo de mi condición: una persona que viajaba a estudiar desde Lavalle, desde una zona que limitaba con el más pleno desierto lavallino. No. Esto era un estado compartido por casi todos mis compañeros. Estos términos no existían en nuestro vocabulario porque no conocíamos las realidades a las que hoy designan. Sencillamente, no existían ni la forma ni el contenido. Escasa y tímidamente, algunos hablábamos de PC, disquetes, word y excel. Podíamos imprimir en impresoras de matriz de punto. Yo tenía una Epson, recuerdo.

Esto era todo el conocimiento tecnológico con el podía/mos contar allá por el 2001.

En la facultad esto se notaba. Así, pedir libros prestados en la biblioteca, una tarea tan sencilla hoy, para nosotros implicaba un proceso que comenzaba con la búsqueda en los ficheros de la sala de lectura. Se rastreaba la ubicación de la obra en abultados cajoncitos en los que las citas bibliográficas estaban ordenadas alfabéticamente, por autor, y en el margen tenían un número y una letra mayúscula escritos con lápiz, que indicaban la ubicación en el anaquel.
Trabajo era buscarlos y trabajo también era registrarlos.
¿A quién no le habrá ocurrido pasar un tiempo bastante largo tratando de encontrar la ubicación del libro, pero al llegar a la biblioteca, escuchó: "está prestado", "se ha perdido", "no sale a domicilio" o "está mal la ubicación"? Tiempo perdido.


Con el correr del tiempo y los avances tecnológicos , llegó el día en que descubrí el concepto de "fácil acceso a la información". Fue cuando apareció una computadora en la sala de lectura de la facultad y al lado de ella había una persona que guiaba a los alumnos en la búsqueda digital de las ubicaciones de los libros.
Ese fue el momento, en que comenzamos a notar que algo estaba cambiando. Los materiales eran accesibles, fáciles de encontrar, y además, los hallábamos en nuestra biblioteca, en las de otras facultades y a la Central. Por lo tanto, no implicó sólo rapidez en la búsqueda, sino también una ampliación de los recursos.

Por otro lado, simultáneamente, hasta ese momento, había pocas formas de compartir información entre compañeros: una era la fotocopia y la otra, en el mejor de los casos, el disquet. Los apuntes se fotocopiaban, los libros se fotocopiaban, las filminas que presentaban los profesores en las clases se fotocopiaban. Todo. Y nada era más tedioso que hacer fila en la fotocopiadora.  Hasta que nos enteramos de que existía internet.
Está bien, convengamos que la teníamos, pero dosificada: en la sala de informática de la facultad podíamos usar internet con la condición de haber pagado el carnet de biblioteca; en la biblioteca central, pagábamos un peso por hora, cual ciber.

A todo esto, los profesores seguían -sin moverse ni un ápice- inmersos en sus clases magistrales, con la tiza y el pizarrón, las fotocopias y las filminas (que eran lo más avanzado hasta el momento). Tradición era tradición, costumbre era costumbre. ¿Videos? ¿Power points? ¿Actualización a través de la red de redes? No eran recursos posibles de utilizar por dos razones, una material y otra personal: la primera era la escasez de herramientas y, además, internet comenzaba a ser conocida, y la segunda, el miedo.

Cuando los alumnos empezábamos a hablar de artículos o autores que habíamos descubierto en nuestras incipientes navegaciones en la red, los profesores se ponían en guardia y tendían a cercenar el desarrollo con el argumento "internet no es confiable".
No obstante, como todo cambio de este tipo, no hubo forma de detenerlo y a mí, personalmente, me cautivó.
Entonces, llegaron tiempos en que el olorcito del papel me gustó tanto como los formatos ePUB y pdf; tiempos en que escribir manuscrito o digital me empezó a dar lo mismo; tiempos de valorar otras formas de aprender y de adquirir conocimientos, tiempos de perderle el miedo al cambio y de aprovechar todo lo que él nos provee, tiempos de correr riesgos y de emprender desafíos.

En este proceso, la facultad tuvo algo que ver también, pues estos planteos fueron acompañados por profesoras entusiastas, inquietas y curiosas, de las cuales también había algunas y que al llegar al final de mi carrera encontré en Didáctica de la Lengua y la Literatura. Con ellas empecé a hablar de las TIC en el aula y con ellas aprendí que hoy los docentes no tenemos límites en materia de herramientas, que nuestro único límite es la credibilidad.
Así hoy, escribo esta entrada desde una tablet; en mi trabajo,
antes que una clase magitral(mente aburrida), prefiero que haya otros recursos que la hagan más entretenida y dinámica; corrijo desde mi celular y leo de todas formas y en todos los formatos...
No sé cuán bien lo hago, pero me animé. Eso ya es bastante.





Por eso, no me arrepiento de haber extendido mi carrera tres veces más de lo que correspondía, pues empecé creyendo que sólo se podía adquirir conocimiento en los libros y ahora lo busco y lo persigo por diferentes caminos y medios. Mis compañeros inseparables son un libro y una máquina, ambos van conmigo a todos lados.

Finalmente, el año pasado (2016) descubrí EaD (educación a distancia). Desde entonces, ya no soy la misma...

Ahora, pregúntenme por los conceptos del principio...

En la actividad 2 había que escribir un texto argumentativo y uno expositivo


Uno solo es lo que es...

Siempre que hablo con mis alumnos sobre escritura -algo que hago a menudo, pues de eso se trata mi trabajo- les digo que es un proceso complejo, que requiere práctica y estrategias. Ahora, lo que nunca les he dicho es cuán difícil resulta escribir sobre uno mismo. Para mí es una tarea de las más arduas. Pero aquí voy...
Para empezar, les diré quién soy. Mi documento nacional de identidad dice que soy Gabriela Andrea Heredia -y a decir verdad, coincide bastante conmigo, pues ya no imagino que alguien me llame con otro nombre-. Otro dato que contiene mi DNI es que nací el 24 de agosto de 1973 en La Paz, el departamento más esteño de Mendoza, Argentina.
Hasta aquí todo es fácil. Los datos son objetivos: están plasmados en un acta de nacimiento.

Ahora bien, lo más interesante es decir qué soy. Como dice Joan Manuel Serrat, "uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto". Este punto es el que requiere -o por lo menos para mí lo requiere- de una mirada interior, una observación profunda, para definirme. Y siempre que emprendo este proceso llego a la misma conclusión: yo soy docente. Y sí, desde muy chiquita quise serlo hasta que llegado el momento, imponiéndome a los mandatos familiares, elegí mi profesión: desde hace 2 años soy profesora de Lengua y Literatura. Me recibí en Facultad de Filosofía y Letras, de la UNCuyo, y ejerzo en el ITU sede Este (Rivadavia y San Martín), donde dicto la cátedra Comprensión y producción de textos. La realidad es que no me imagino haciendo otra cosa, aunque por propiedad transitiva también soy correctora de un diario.

Sin embargo, a pesar de estar segura de que soy esto y no otra cosa, siempre me pregunté "¿por qué ser profesora y no médica o abogada?".

"Por vocación" podría ser una respuesta simple que conformaría a todos, pero me resulta tan abstracta esa explicación que me sabe a poco. Y así, entrando a mí y saliendo, leyendo y disfrutando, el arte me regaló la respuesta. Los invito a escuchar de Silvio Rodríguez "El escaramujo".


Esta canción, rebosante de poesía, me representa, me describe antes y ahora: siempre fui preguntera y no siempre encontré respuestas. Sin embargo, descubrí el poder transformador de la educación, ya que solo la docencia tiene el poder de incentivar la curiosidad, tiene la responsabilidad de que los nuevos pregunteros no se pierdan ni se desalienten, es la encargada de que cada día haya más y más de ellos por el mundo y es la única capaz de guiar la búsqueda de las respuestas en un universo plagado de información.

Es por esto que soy docente: soy profesora de Lengua y Literatura porque ambas son herramientas plenas para acceder al conocimiento de la realidad que nos rodea y que imaginamos, para responder y respondernos cada incógnita que se nos presenta, para trascender a nosotros mismos y vincularnos con los demás, y desde ahí seguir aprendiendo... Pero sobre todo, son medios para acceder a nosotros mismos: no hay mejor forma de autoconocernos, lo que equivale a decir "yo soy". Y nada mejor para un ser humano que poder declarar su ser, su existencia. Nada hay tan necesario como reconocerse y plantar bandera en sí para ejercer su soberanía de persona, esa que nos es innata...

Sobre el título del blog, puedo decir en su favor que hace referencia a cómo veo hoy la práctica áulica. El diccionario dice que un prestidigitador es "una persona que hace juegos de manos y otros trucos". Creo que hoy los docentes nos parecemos bastante a uno de estos magos, solo que nuestros trucos deben estar orientados hacia la incorporación de las TIC y a dejar de pelearnos con ellas, para disfrutarlas. De lo contrario, la magia de la clase se esfumará.